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That “Admitting-You’re-Wrong Stuff”
Publicado por Histovet en That "Admitting-You're-Wrong Stuff" el septiembre 8, 2011
Eso de “admitir que uno se ha equivocado”
Un amigo mío que practica la dermatología me contó la siguiente historia. Había remitido un paciente con una mácula pigmentada en el labio a un cirujano plástico. El cirujano extirpó la lesión y envió la muestra al laboratorio de patología de su hospital. El resultado que aparecía en el informe fué “Diagnóstico: hemangioma.” El cirujano llamó al patólogo que había diagnosticado la lesión y le dijo que el diagnóstico no podía ser hemangioma porque la lesión era de color marrón oscuro y en la superficie del labio. El patólogo se negó a cambiar el informe. Ella dijo que no entraba en eso de “admitir que uno se ha equivocado”. Su error fue confundir la vascularización normal de los labios con un hemangioma, y pasar por alto la hiperpigmentación basilar de una mácula melanótica labial.
Podéis comparar la actitud de este patólogo con la de otro colega que, en una reunión internacional hace varios años, presentó un nuevo tipo de neoplasia benigna de células citológicamente atípicas. En el ínterin, uno de los pacientes sufrió una recidiva local que tenía claramente características histológicas malignas. En una reunión reciente, el dermatólogo presentó su interpretación modificada de esta entidad al considerar ahora su error de interpretación como un proceso benigno. Le dijo a un público de cientos de personas que se había equivocado en el diagnóstico de una lesión maligna, pero a la vez también transmitió la idea de como había aprendido él a a interpretar mejor los criterios que distinguen los tumores benignos de los malignos. Posteriormente, un gran número de asistentes expresaron su admiración por el speaker.
Quién preferirías ser? ¿A cuál preferirías que se pareciesen tus hijos de mayores?
La honestidad intelectual es un precepto fundamental de la práctica médica, por no hablar de la medicina académica. Aunque esto suena como un tópico, la aplicación de la honestidad intelectual en la práctica diaria y el trabajo académico no es fácil. Si quieres ser una gran persona, admite tus errores, aprende de ellos y, si es posible, úsalos para enseñar a los demás. En la práctica, vale la pena recordar que los médicos se sienten a menudo incómodos con la “perfección” de un patólogo. Cualquier médico que no es un tonto sabe que sus propios diagnósticos a veces son defectuosos y que los diagnósticos de los patólogos pueden ser igualmente deficientes. He recibido muchas consultas de dermatólogos que no creían en el diagnóstico inicial de un patólogo, pero tenían miedo, sobre la base de su propia experiencia, de llamar al patólogo y pedirle de reevaluar el caso. Por desgracia, la historia del primer patólogo que no quiso modificar su diagnóstico no es un caso aislado – de hecho, existen numerosos grupos de patología en la que la ética no es el motivo para dar marcha atrás en un diagnóstico.
En el mundo de las publicaciones médicas, ¿cuántos de nosotros recordaremos artículos en los que los datos fueron ajustados para adaptarse a las ideas preconcebidas de los autores o simplemente para que pudiesen publicares y obtener renombre? Los mismos artículos, por ejemplo, en los que la inmunocitoquímica permite discriminar dos entidades que pasadas a situaciones reales no pueden distinguirse, o aquellos otros casos en los que el examen se focaliza en un campo histológico muy concreto para establcere una nuena enfermdad que no existe y que no se recordará dentro de 20 años; solamente se recordarán los resultados válidos y reproducibles. Si has publicado un artículo sobre dermatopatología y más tarde la experiencia ha modificado tu visión del caso, esta revista se complacerá en publicar las lección que hayas aprendido. No hará falta que nos mortifiquemos con vestiduras de cilicio ni que emulemos a los que se flagelaban durante la Edad Media, pero podría ser un complemento muy saludable para nuestra higiene intelectual tragarnos nuestras propias palabras de vez en cuando si uno aspira a tener la mente abierta.
Philip E. LeBoit, M.D.
Editor en Jefe
(original)
That “Admitting-Tou’re-Wrong Stuff”
A friend of mine who practices dermatology told me the following story. She had referred a patient with a pigmented macule on the lip to a plastic surgeon. The surgeon excised the lesion and sent the specimen to his hospital’s pathology laboratory. The diagnosis listed on the pathology report he received read “Diagnosis: hemangioma.” The surgeon called the pathologist who read the slide and told her that the diagnosis could not be hemangioma because the lesion was dark brown and on the surface of the lip. The pathologist refused to change the report. She said that she was not, “into that admitting-you’re-wrong stuff.” Her error in interpretation was mistaking the normal vasculature of the lip for a hemangioma and missing the basilar hyperpigmentation of a labial melanotic macule.
Contrast, if you will, the behavior of the pathologist described above with that of a colleague who, at an international meeting several years ago, presented on a new type of benign neoplasm with cytologically atypical cells. In the interim, one of the patients suffered a local recurrence that clearly had malignant histologic features. At a recent meeting, the dermatopathologist presented his concept of this entity, revised to include his mistaken impression of benignity in one of the cases. He told an audience of hundreds that he had misdiagnosed a malignancy but also conveyed how he had learned more about criteria separating a special type of benign neoplasm from malignant ones. A number of attendees later expressed their admiration of the speaker.
Who would you rather be? Who would you rather have your children grow up to be?
Intellectual honesty is a fundamental precept of medical practice, let alone of academic medicine. Although this sounds like a platitude, the application of intellectual honesty in daily practice and academic endeavors is not easy. If you want to be a big person, admit your mistakes, learn from them and, if possible, use them to teach others. In practice, it is worth remembering that clinicians often feel uncomfortable with “perfection” in a pathologist. Any clinician who is not a fool knows that his or her own diagnoses are sometimes flawed and that pathologic diagnoses can likewise be imperfect. I have received many consultations from dermatologists who did not believe the initial diagnosis of a pathologist, but were afraid, based on their own experience, to call the pathologist and ask him or her to reevaluate the case. Unfortunately, the story about the pathologist who would not change her mind is not an isolated one – in fact, there are entire pathology groups in which the ethos is never to back down from a diagnosis.
In the realm of medical publication, how many of us will long remember papers in which the data were tweaked to conform to the preconceptions of the authors or to enable them to publish something – anything – to obtain a promotion? Papers, for instance, in which immunoperoxidase stains purport to discriminate between two entities but cannot do so in real life or in which only a very selectively chosen high-power microscopic field is used to establish a new entity that does not really exist will not be remembered 20 years from now; ones with valid, reproducible results will. If you have published an article regarding dermatopathology and later experience has taught you differently, this journal will be happy to publish the lessons you have learned. We do not have to walk around in hairshirts or emulate the wandering flagellants of the Middle Ages, but it can be an exceedingly healthy supplement to one’s intellectual diet to consume a small portion of crow from time to time if one has the right spirit.
Philip E. LeBoit, M.D.
Editor-in-Chief
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