A taste of my own medicine

A taste of my own medicine (E. Rosenbaum) describe la experiencia de un médico que descubre la situaciones de sufrimiento innecesario que deben pasar a veces los pacientes (errores en el diagnóstico, retrasos en la atención, etc…) cuando es a él a quien un día se le diagnostica una enfermedad.

El otro día tuve un caso de diganóstico difícil. Un perro presentaba una lesión destructiva en la trufa y linfadenopatía regional. En varias biopsias sólo veía inflamación atípica. Recomendé entonces al veterinario tomar más biopsias para ver si conseguía establecer un diagnóstico más concreto pero en las segundas biopsias el caso se complicó todavía más al aparecer un tumor muy indiferenciado imposible de clasificar. Tras emplear varios marcadores, el proceso resultó ser un tumor de origen histiocítico pero no pude distinguir si se trataba de una histiocitosis cutánea, una histiocitosis de células de Langerhans o alguna variante de sarcoma histiocítico localizado. Lo único claro era el origen histiocítico y los rasgos de agresividad.

Al cabo de unos días, la veterinaria me llamó para pedir información. Me preguntó sobre la posibilidad de aplicar quimioterapia. Le expliqué la complejidad de plantear un tratamiento en este caso debido en primer lugar a que se trataba de una lesión no completamente clasificada y en segundo lugar por la escasa respuesta que probablemente mostraría un tumor histiocítico maligno a la terapia. Aún así, ella insistía en que tenía que ofrecerle algo al propietario, algún tipo de terapia. Le comenté que desde mi punto de vista quizás seria conveniente, con este diagnóstico, no generarle falsas esperanzas a lo que ella respondió que ésta era una opinión que yo podía permitirme por mi posición. Según ella, nosotros (los patólogos) podíamos hacer este tipo de valoraciones porque estábamos en el laboratorio y no teníamos ningún contacto con el propietario de la mascota. En cambio ella, aguantaba sus reacciones a menudo dolorosas y frente a las cuales tenía que ofrecer cualquier cosa porque decía “los propietarios en estas situaciones se agarran a un clavo ardiendo”. Y me acordé de la historia del médico.

la foto

Lora

Con cada informe los patólogos sentenciamos. Clasificamos lesiones, algunas banales y otras que condenan a escasos meses de vida a un animal de compañía sin llegar a ver nunca a ese animal ni a su propietario y mucho menos la reacción que éste último tendrá cuando conozca el resultado. No es que nos volvamos insensibles, pero el aislamiento y el hecho de ver tantas lesiones en tan poco tiempo hacen que éstas pasen a ser conceptos abstractos. Nadie ni ninguna mascota están nunca detrás de las biopsias. Y esto sí genera situaciones que no son sensibles. En todos los años que llevo haciendo patología no ha habido ningún centro de diagnóstico donde no sea frecuente oír en la sala de microscopios exclamaciones que poco tienen que ver con la fatalidad de la lesión o muy a menudo apuestas entre patólogos. No me imagino lo que pensarían los propietarios que iban a recibir esos informes si lo hubieran visto.

En televisión, vi hace tiempo un programa de veterinarios que presentaban el caso de una perra de nombre Luna con un tumor de mama. El programa relataba la primera visita al veterinario, el día de la intervención y el día en que el veterinario comunica el resultado de la anatomía patológica. Era una neoplasia agresiva con invasión vascular. No sé si fué el nombre del veterinario, el del animal o la forma en que se comentaba el informe pero la cuestión es que lo reconocí como un caso que justamente había diagnosticado tiempo atrás. Desde que vi la reacción del propietario y las escenas del programa tras el diagnóstico he adoptado la costumbre de leer siempre, además de la historia clínica,  el nombre del propietario y del animal antes de hacer el diagnóstico de cada caso.

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